Armenta Malpica, Luis (1996). Voluntad de la luz. Guadalajara: Mantis Editores.

Entre la alegoría y la epopeya

Hay géneros poco frecuentados, porque su dificultad va más allá del poema suelto, del poemario amoroso, erótico o de fácil resolución. Elegir uno de estos y además lograr una mezcla afortunada con otros a su vez difíciles, rebasa las fórmulas asumidas por muchos que ejercen la escritura.

Voluntad de la luz supera el uso común de la metáfora para constituirse en una alegoría epopéyica: las acciones, episodios, personajes, protagonistas y antagonismos en la epopeya, están resueltos sin caer en el cartabón de este género. Ahí radica su gracia y dificultad. Además, no decae su emoción lírica.

Encuentros con la luz

En Voluntad de la luz, Armenta Malpica nos remite al moho, a lo unicelular y a la transfiguración de la primera célula en helecho, guijarro, charca, pistilo, abeja o todo a la vez por ciclos en la evolución, para contarnos la historia del origen de la materia y del hombre.

Su poesía toca un vientre como si fuera océano o va al mar para recordarse feto o pecera en el parto mismo del pez.

En este poemario el pez simboliza al hombre. Pez que tuvo una abuela de carne y parentesco. También una casa, niñez, adolescencia y juventudes, una pecera que ya adulto usa para jugar con el niño que jamás abandona.

La abuela, toda la familia, son pretexto para referirse a la madre común, a los indicios que ayudan a rastrear la procedencia, las señales cifradas que indiquen a dónde iremos, cuál es nuestro origen troncal.

El pez-símbolo amalgama al ave, al bosque, al sur que es rumbo de poesía, al hombre que busca dejar escamas, hallarse con dios, porque la naturaleza orilla a la oración y a beber cada raíz del gozo.

El pez-alegoría habla de un trayecto, de un agua, de la luz, que pudieran ser un plan, un ambiente, unos instrumentos para lograr el fin, ya que podemos olvidar nuestro pasado, pero este jamás nos olvida.

El retorno de Ulises

Luego de referirnos con amplitud el origen, los embates y trastornos del medio, Voluntad de la luz relata la angustia existencial, no sabemos si del hombre antes de ser pez o de este a punto de convertirse en hombre.

Luego dimensiona su enfrentamiento con la muerte y la trascendencia de la misma.

Muerte y resurrección claman por un cielo y un suelo, por una ciudad que “no comienza ni termina con uno”, porque de la Atlántida bien se puede amarizar a residencias terrestres con nombres en el mapa cercano: Colima, Aguascalientes, Guanajuato, Guadalajara, Xalapa o cualquier otra.

Mejor dicho, la Ítaca-Atlántida no es una ciudad en sí. Está constituida por una territorialidad telúrica o marina, por universalizar toda querencia, erigida en el concreto, los adobes, muros, cristales o avenidas: en el cielo, en la tierra y en todo lugar puede que exista lluvia para un jardín o haya un jardinero que platique con las flores, para soñar su lugar de origen: el mar.

Voluntad de la luz, epopeya, facilita leer este poemario como el anverso de las branquias: burbuja antes de reventar en ola, en el océano del profeta, de los mesías en genérico, o al contrario, de los que jamás intentarán salvar al otro antes de buscar la salvación propia.

Conclusión: Ulises-poema recicla el discurso, Ulises-pez retorna al hombre, vagabundo de un océano a otro, de la Ítaca marina de sus padres, por no aceptar el cielo prometido.

Como luz, vaya una muestra

“Confirmación del grano”:

Grano. / Todo a partir de un grano. / Espiga lenta / el corazón del pez se preñó de raíces / y de insectos. / Se desgranaba el alba.

// Grano a grano / nació una ceiba fuera de sus espinas. / Y de su ausencia / mineral / coincidió a un aborigen.

// Qué desove de granos el de los girasoles / a cada bocanada de las nubes.

// Esta es la rueda / que grita / enloquecida / el orín de los hierros.

// Un / tan solo / uno / trajo el giro del agua.

// Y de nuevo es el agua en el pez. / Y otra vez un giro ase la rueda. / Una caverna fatigada de ventiscas cierra el paso del pez / y nombra al agua. / En la escama del fluido / las iguanas son los rasgos afines al rostro de la ceiba. / Aquí se petrifican y perpetúan los vientos. / Da a luz otro aborigen. / El pez se lo agradece.

 

(Miguel García Ascencio)