Gómez Lobo, José Luis (2010). La otra pantalla. Guadalajara: Arlequín.

La historia narrada comprende una serie de recuerdos pasados, cuadros traídos a la memoria en un momento del presente, con tonos de melancolía y distanciamiento adheridos a ellos. La vida de Gerson Rivelino está teñida de blanco y negro, no es nunca protagonista de su propia vida, es como un extra en una historia que no escogió, que se narra sola y hace de él un espectador de su propia existencia. Gerson no es Gerson: recibió el nombre destinado a su hermano muerto, un futbolista brasileño a quien su padre idolatraba, es un niño sin nombre propio en un barrio pobre de Guadalajara rodeado de espejismos encontrados de las realidades que conoce: la opaca y la de colores. La primera es el preludio del fracaso y sinónimo de lo mundano, la que contiene el dolor físico cuya fuente es su padre, el fanatismo religioso que sirve de consuelo para una madre que está al borde de la muerte que no muere, bolsitas con pegamento dentro de ellas para inhalar, madres prostitutas y amigos fracasados; la segunda, por otra parte, tiene a presentadores carismáticos e ingeniosos, edecanes bellas, coreografías de Menudo y actuaciones de Capulina que sirven para olvidar.

En la Guadalajara de los ochentas, la televisión es lo que ayuda a sanar los golpes de la realidad en blanco y negro, es la viva imagen de lo que un humano debe aspirar a ser, normaliza situaciones de violencia al ser interpretadas por personas famosas, lo que ocasiona que la línea entre los dos mundos sea difusa y desaparezca, como si se tratase de apretar un botón. Lo verdadero es lo que se encuentra dentro de la pantalla, lo brillante, lo plástico, lo inmaculado, mientras que lo falso proviene del exterior. Gerson llega al final de su historia cuando los dos mundos colisionan entre sí, es obligado a asumir la culpa de un acto que es un crimen en uno y en el otro un mal momento dentro del guion. No es de extrañarse que al leer las páginas de esta novela el lector sienta un incómodo sentimiento de familiaridad con las escenas y cierta empatía con el “protagonista”, pues el desapego es un fenómeno tan común que se ha vuelto invisible, pero que se encuentra presente en la calle, en los hogares, edificios, celulares y computadoras.

 

(Paulina Pinedo)