Anayansi Ehlers (2021). La galería de mis muertos. Editorial Modus Ludicus

Es una novela intimista, llena de sensibilidad, de reflexiones filosóficas sobre la vida y la muerte, la soledad, el amor, la amistad y las pérdidas de los seres queridos. Narrada en primera persona por su protagonista, Clémence Mercier, una parisina culta a la vez sencilla y sensible, se desarrolla a finales del Siglo XX en París, Francia; Palermo y Sicilia, Italia; y Kansas City, Estados Unidos. Después de varias aventuras y desventuras amorosas, de amistades nuevas que se entretejen hasta con la mafia siciliana, Clémence regresa a la casona familiar en París, donde puede apreciar el abandono de la casa, pero también conversar con los fantasmas que la habitan. Ahí comienza a convivir con la “galería de sus muertos” como cariñosamente los llama. Nos dice: “Aprendí a disfrutar tanto de los muertos como antes era feliz con los vivos. Mi cercanía con ellos me abrió el camino para entender mejor la vida.”

A lo largo de la novela, hay un tono melancólico y un constante sentimiento de soledad por las diferentes pérdidas que sufren los protagonistas, sin embargo hay capítulos donde prima la acción detectivesca y el suspense, a través de la cual hay una denuncia contra la corrupción, la trata de personas, las drogas. El hilo de esta acción lo lleva la familia Galilei, Laurie (madre) y Alondra (hija) a quienes conoce en el tren de regreso de Palermo a París. Clémence tenía más de siete años viviendo con su pareja, Salvatore, en esa ciudad italiana. A él, por más amor y empeño que puso, no lo pudo salvar de las drogas y murió. Las Galilei acaban de perder al padre y al hermano de Alondra, quienes fueron asesinados.

Clémence empatiza con ese dolor y pronto nace la amistad. Esta relación –y su afán de ayudar a los demás– la llevan a involucrarse en una búsqueda de venganza por parte de las Galilei, con la que no está de acuerdo completamente, pero que acepta por el cariño y la amistad que le tiene tanto a Laurie como a Alondra. Las tres estarán en riesgo.

En esta novela, Ehlers maneja también simbolismos que el lector reconocerá en las acciones y hábitos de la protagonista. Clémence, una mujer de mundo, independiente, que viaja, que cruza puentes, que encuentra senderos, siempre hay senderos. Senderos como símbolos de caminos que la llevan en busca del sentido de la vida, de su paz interior, de los amores perdidos, caminos a los que regresa.

A través de esos senderos nos va envolviendo en la historia, en la trama que, de alguna manera resulta íntima y, a la vez, universal. Con sus detalladas descripciones de los lugares, el lector puede sentir que está ahí, acompañando a Clémence, recorriendo los barrios, cruzando los puentes del Sena, tomando un café. Los puentes y los senderos se convierten en una manera de sanar sus propios dolores. Cruza puentes cuando se siente triste, abrumada, desamparada; cruza puentes, los camina, regresa, cruza de un lado del río al otro, de un continente a otro, va y regresa con ese vaivén que, a veces la vida, nuestra vida, necesita para irse sanando poco a poco y encontrar nuevos caminos, nuevos horizontes, nuevas historias por vivir.

(Silvia Fernández-Risco)