Cortés, Leticia (2015). Habitar la muerte. Colima: Puertabierta Editores.

Vino la enfermedad, sí, vino para quedarse, para extenderse como un árbol sobre los ganglios y sobre las venas, acumulando el veneno, su gas tóxico para ahogar una flor a la que le prescriben medicamentos. ¿Cómo contrarrestar el daño? ¿cómo hacer caso omiso al dolor cuando es evidencia? ¿y la muerte? Hay tantas preguntas que Leticia se formula en este poemario, en el que el cuerpo es una antología de diagnósticos clínicos.

Leticia es vulnerable desde la infancia, es la carga hereditaria quien alimenta ese animal que la acecha, quien sin permiso decide habitarla ¿o es ella quien la habita? En esa lucha cuerpo a cuerpo alguien quedará de pie en medio de un jardín que se ha vuelto jaula: el cuerpo.

Cada poema en Habitar la muerte es una radiografía, un análisis propio que expone con su voz los síntomas. La escritura también sufre de hemorragias, de tumores que se hacen presentes en el discurso como algo que queremos extirpar pero que al mismo tiempo sabemos que crece, a la par de la voz propia y de la ajena. Leticia nuevamente ahonda en un lenguaje sin filtros y sin tacto, expone cada palabra y cada letra del poema con su sangre y su grito salvaje, esa, la voz de los suicidas.

Cito: Tuve flores en lugar de ojos y mis pétalos/ eran carne infecta. Un pasillo de reposo. Tendré con el paso de los días en la garganta/ un tumor bello con filos fluorescentes. / Mi habitación ya no será tu cuerpo/ sino la cama de un hospital.

La muerte no se toca el corazón en este libro, Leticia, tampoco. Ambas voces se unifican porque se habitan, se reconocen mutuamente en las cicatrices, ¿y la vida? ¿cómo se da vida en la muerte? continúan los cuestionamientos y la plegaria de ir contra lo inevitable:

Cito: No ocurras. / Nunca ocurras. / Nunca aquí. / Muerte.

Como joyas preciosas las palabras de Leticia continúan el discurso poético y muestran algunas reminiscencias de una mujer que también fue cómplice de la muerte: Alejandra Pizarnik, quién en su obra Árbol de Diana dice: Estos huesos brillando en la noche, / estas palabras como piedras preciosas/ en la garganta viva de un pájaro petrificado, / …/este corazón sólo misterioso. Nos dan muestra de que hay algo bello también en aceptar la muerte como una continuación de vida, como algo que tiene que ocurrir de cualquier modo.

Hay dos figuras que resaltan este libro, la referencia de Leticia hacia sus padres. Cito: Papá y mamá se asemejaban a una marea incontenible. / A un terremoto sin fin.

Su madre: quién le ha dado a ella la vida y al mismo tiempo la muerte. Su madre un fantasma con arquitectura corporal, un cuerpo en exploración… grieta donde lo visible es a penas visible; y es a ella a quien Leticia dice: Mamá. /Abre la ventana. / Voy a morir si no la abres. / Tengo un tumor en mi canto. Las palabras se desdoblan de su canto y se liberan en forma de pájaros sin saber a qué puerto llegarán, esperando que el cansancio no les gane.            

Su padre: de él heredó todas las enfermedades, es el punto de partida para que ella se sienta extranjera en su propio cuerpo, como si un puñado de hormigas se adueñaran y cavaran bajo su superficie, haciendo su propia habitad en el cuerpo ajeno. Leticia se refleja en su padre y se predice a ella misma en su reflejo: Lo más seguro es que mueras por partes. / Por fragmentos en un mes de frío y engaños. / Lo más seguro es que hayas dejado el cielo/ para habitar la guerra. / Viste venir enemigos y enfermedades por encargo.

Las constantes en este libro van más allá de sus repeticiones y del alto tono y significado de las palabras, la palabra sangre deja de ser sangre para hilarse a la muerte, y a su vez está precede la enfermedad, la locura, el historial clínico, la necesidad del ser humano de prevalecer firme, de frente ante la guerra contra lo invisible, el daño, el grito salvaje de las cosas, el intento por salvar cada segundo y el aliento, sobrevivir, asirse a otro cuerpo, sanar.

Estaba preparada para morir desde que nací. Es la frase que considero más dura y de difícil aceptación, pues para todos estar preparados para la muerte requiere de un gran proceso, el cual, desde la infancia Leticia fue asimilando, viviendo, luego lo escribe, lo deletrea, lo siente, lo confronta.

No hay un final certero para Habitar la muerte, más que habitarla, acompañar este proceso en el que Leticia y la muerte se vigilan, se miran a los ojos sin ningún parpadeo, ella lo sabe porque tuvo que contemplar el abismo. Tuvo que habitar la muerte.

 

(Jonathan Berumen)