Entrevista a Sergio Haro Alcaraz, el editor, el escritor de historia

Existencias: ¿Cómo nace Sergio Haro en las esferas del arte, en general?

Sergio Haro: Sergio inicia en 1974 a las diez de la noche en la clínica 1 del IMSS, justo enfrente del Tianguis Cultural. Desde entonces ha tratado de sujetar la vida como quien quiere sujetar el cauce de agua en un río. Esto lo digo a son de broma, pero ya respondiendo en serio, me imagino que hablas de mis inicios en las Letras; pues mira, todos los que estamos en este mal entendido “hobby”, en realidad tenemos dos inicios. El primero es en la lectura, y el segundo en la escritura. En la lectura inicié muy chico, te estoy hablando de cuando tenía entre cuatro y cinco años, fue en una peluquería, mi padre me llevó a que me cortaran el pelo y mientras esperaba me topé con una pila revistas, entre las que resplandecían dos cómics de Batman, yo era fanático de la serie de televisión y de inmediato reconocí el logo del murciélago, pero al tomarlas caí en cuenta de que no entendía lo que las letras decían, y eso fue mi detonador. Para mi fortuna mi madre me facilitó el aprendizaje y antes de que cumpliera los 5 años yo ya leía a Batman, y más tarde Parchis, Karmatron, Superman, hasta llegar a Los Viajes de Gulliver y Las Aventuras de Robin Hood, que me mostraron el jardín secreto que se encuentra en los libros. Desde entonces, no he dejado de leer todo lo que llega a mis manos.

El segundo inicio, el de la escritura, fue ya grande, inesperado. Yo en realidad no me imaginaba en este medio. Al igual que muchos chavos a sus quince años, yo tenía la idea de estudiar electrónica y comunicaciones para tener un trabajo bien remunerado. Un día me enteré de que el CETI era una escuela muy buena para formar ingenieros, y daba muchas oportunidades de trabajo en buenas empresas, así que apliqué y salí en listas en la carrera de “Tecnólogo en electrónica y comunicaciones”; pero oh sorpresa, desde el primer día las materias me parecieron odiosas, secas y sin vida. Escuchaba a mis maestros y me preguntaba si estaban vivos, de plano me desilusioné y me apliqué en la flojera total al 100%, lo hice tan bien que al final del semestre me corrieron.

Estuve un semestre deambulando de un trabajo a otro, y decidí aplicar para el bachillerato de Universidad de Guadalajara, y así quedé en la preparatoria número 4. El ambiente era muy distinto, los maestros no eran una “lumbrera”, pero sí una “botana”. Cada materia tenía un estilo propio que, a mí en lo particular, me llenaba mucho porque me interesa conocer cómo ven la vida otras personas. La preparatoria fue muy fácil. Del primer al cuarto semestre fue como estar en el mejor lugar del mundo, hasta que conocí a Luis Patiño, el profesor de Literatura, que era otra onda. En sus clases no había apuntes, ni exámenes, eran charlas, de uno y otro tema, y nos evaluaba con reflexiones escritas, que por supuesto yo nunca entregaba; al llegar el final del semestre me enteré que el Profe me había reprobado por no entregar nada, a mí y a todos mis amigos, así que decidimos ir a hablar con él para que nos diera una oportunidad, a lo que el profe nos contestó que sin ningún problema, pero que teníamos que entregar un ensayo sobre la importancia de la Literatura en nuestras vidas. Lo primero que pensé es que todo aquello sería “pan comido», tenía tres días para hacer el ensayo, así que como siempre lo hice dos horas antes de la fecha acordada. Había escrito un poco más de media cuartilla, pensé que con eso sería suficiente para sacar un 60. Llegué con mis compañeros a la escuela, tarde, pues la verdad yo soy el villano de la historia, por lo que el Profe ya se había ido. Afortunadamente uno de los compañeros sabía dónde vivía Patiño y decidimos ir en su búsqueda para salvar la materia. Cuando llegamos al lugar, aquello parecía una casa abandonada, tocamos con cierta desconfianza, pero en un par de minutos el Profe Patiño nos abrió la puerta, nos saludó como cuate y nos invitó a pasar; cuando cruce el umbral quedé encandilado. Tomé algo de tiempo en poder ver claramente, pero cuando mis ojos se adaptaron descubrí una casa forrada de libros, así, forrada, de pared a pared, hasta las ventanas estaban tapiadas con libros, la única luz que entraba, lo hacía por un tragaluz que se encontraba sobre un desayunador que se encontraba a un lado de la cocina, por ese tragaluz descendía un halo de luz que descendía sobre un birote petrificado en una canasta de caña entretejida, aquello fue una epifanía que hizo que dejara caer mi ensayo de poquito más de media cuartilla y tratara de encontrar las palabras indicadas para describir aquello que veía. Desde aquel momento me dio por escribir, siempre tratando de representar las sensaciones que me producen las cosas que me rodean. Al salir de la prepa me fui derechito a Letras, yo ya estaba convencido de que esto era lo mío.

Existencias: De ese momento de lucidez, de “epifanía” como lo llamaste, ¿cómo fue, cómo ha sido esa evolución en tus días en la escritura y la edición?

Sergio Haro: Cuando entras a Letras, lo primero que piensas es que serás un gran escritor, y al leer y leer y leer, te das cuenta que los grandes escritores ya están ahí, sempiternos, sin que el tiempo, la lengua o su nacionalidad los obstaculice, sin pretextos, y sin justificaciones, son simplemente grandes, y cuando ves tus textos te avergüenzas, piensas que te falta mucho y los escondes, pero el ego humano es muy grande y esa vergüenza se te borra cuando llegas al octavo semestre. Algo pasa en las universidades que cuando llegas a octavo te sientes el elegido, es tu momento, es hora de cambiar el mundo y empiezas a publicar en fanzines, antologías, compilados, y de repente estás convencido de que tus escritos son aptos para ganar premios y becas, y empiezas un bombardeo de solicitudes e inscripciones para publicar tu primer libro, uno, otro y otro, y una y otra y otra vez no sacas ni un reconocimiento. Llega el punto en que tu orgullo se siente tan ignorado que de plano llega tu dignidad y te dice “no los necesitas, publícate solo”, como “el diablito” de Pedro Infante, en la película A toda máquina, y va, te publicas. Así pasé de lector a escritor. Luego los amigos te pasan sus escritos y piensas: “esto está muy bueno, valdría la pena publicarlo”, y haces tus escritos a un lado para apoyar a los que te gustan, y ahí es cuando brincas de escritor a editor, y luego piensas que así es como se debe vivir y te avientas a formalizar una editorial, y aquí andamos.

Existencias: En ti, en tus “ambos lados de tu moneda”, escritor y editor, ¿cómo es tu “proceso creativo”?

Sergio Haro: Debo señalar que soy muy indisciplinado al escribir, no cuento con un método, o con una técnica. Más bien soy un escritor experimental, me gusta probar cosas nuevas, no me gusta ir sobre un camino andado, de plano odio las sagas, para mí cada obra es un universo en sí misma, y cuando es perfecta no necesita de secuelas. Grandes obras, como la de Mario Puzo por ejemplo, pierden mucho de su encanto en la continuación de la historia, yo de plano odio eso, mis historias terminan con el punto y de plano me olvido de ellas y me ocupo de nuevas. Tampoco creo en géneros, hay días que quiero horror, y escribo, hay días que ando existencialista, y escribo, hay días que estoy espiritual, y escribo; mi verdadero problema es terminar lo que empiezo.

Existencias: Tengo un juego de palabras, con quien pretendo darme a entender. Para mí “activista es aquel que activa algo inactivo”. En ese sentido, ¿te consideras “activista”?

Sergio Haro: ¿Activista en el sentido de gestor o factor de cambio? Yo estoy con que sí, el slogan de mi editorial es “Estamos renovando la cultura”, y eso sólo se logra llamando a la acción, nuestra sociedad necesita cambiar, las noticias están superando cualquier historia de terror que yo o alguno de mis escritores pudiéramos escribir. Es por eso que participo en varias actividades. Estoy convencido de que aquello que me apasiona es la mejor forma de vida que podría tener cualquier persona, y en eso radica mi activismo, en mostrar la mejor manera de vivir: Leyendo.

Existencias: ¿Qué planes hay en el corto, mediano y largo plazo para ti, como escritor y editor?

Sergio Haro: A corto plazo, el diario: comer, dormir, “trabajar para la papa”; a mediano, viajar, participar, formar, lo que se me ocurra, y a largo plazo leer y escribir hasta que llegue “la huesuda”… ¿y después? Después sólo anhelo, el recuerdo de la gente, por lo menos cantos, por lo menos flores, decía Nezahualcóyotl.

(André Michel)