Entrevista a Guty Santana, cronista de sus raíces

¿Cómo es que Guty (María Justina) Santana se adentra en la literatura? ¿Qué fue primero, “el huevo o la gallina”?

Primero fue el amor por la literatura. Nací en un pueblo pequeño, sin luz eléctrica, de menos de mil habitantes (San José de los Guajes, Jalisco, en 1951). En las noches nos juntábamos a la luz de un aparato de petróleo y las personas mayores nos leían cuentos clásicos, por lo que para mí fue muy importante la tradición oral. Asistí a la escuela rural “Fray Bartolomé de las Casas”, y creo que a los 5 años aprendí a leer y escribir. Al mismo tiempo, me recuerdo escribiendo cuentos.

Estudié la carrera de maestra normalista y ahí me doy cuenta que mi amor por la literatura había empezado. Una vez que terminé la normal, en el 73, ingresé a la Licenciatura en Letras, de 1973 a 1977. Es en ese tiempo, la escuela se llamaba Facultad de Filosofía y Letras, donde conocí a grandes maestros como Adalberto Navarro Sánchez y Fernando Carlos Vevia Romero, además participé en charlas y conferencias especiales, donde interactué con Juan Rulfo, Carlos Monsiváis y Juan José Arreola. Sin embargo, dejé de escribir porque me tocaron de compañeros grandes escritores como Raúl Bañuelos, Dante Medina, José Brú y un largo etcétera. Y lo que escribía, lo tenía mejor guardado y no lo daba a conocer.

¿Hay evolución? ¿Cuál fue el primer libro? ¿Cómo es el libro actual y el libro próximo?

Hay evolución. El primer libro que escribí que se llamó Acuérdese padre, es un libro de relatos sencillos que refleja las costumbres, las creencias y vivencias de mi pueblo, con base en la oralidad y la anécdota. Luego en el más reciente, Allí donde el horizonte (ediciones Papalotzi, 2009), esas vivencias, dicen los que me han leído, “se vuelve poética… transfigurando los recuerdos sensitivos en figuras emocionales” (Moisés Aguayo). Lógico, evolucionamos en la literatura como lo hacemos física y psicológicamente, porque conocemos nuevas lecturas, nuevos escritores, nos relacionamos con nuevos círculos de personas. Un matiz especial en esta evolución, es que la madurez me dicta que escribo para que mis paisanos no olviden: voy de la memoria a la poética, para guardar en la memoria a mi gente y a mi pueblo.

¿Cuál es tu proceso creativo? ¿de qué te vales para escribir?

Mi proceso creativo está supeditado a encontrar un tema y el cómo contarlo. Escribo poesía y narrativa. Empecé a escribir poesía por amor y desamor. Escribo más narrativa que poesía. En la narrativa escribo con ojos de niña, sobre el pueblo donde nací. Dicen que los temas y las imágenes las traemos impresos desde la infancia. La mía está llena de paisajes y personajes que me arrullaron todas las anécdotas. Me apropio del vocabulario y lo vuelvo lo más natural posible. Percibo los recuerdos y los atrapo, luego los convierto en poética. Mi tono es la malicia juguetona, y así como escribo, he sido testigo presencial de los hechos que narro. Más allá del “academicismo’, procuro recuperar las palabras, los juegos, las oraciones, los dichos, las coplas… Tal vez escribo para que mis paisanos “guajeños” y jaliscienses no olviden su tierra y su raíz, su identidad, todo sazonado con una agridulce nostalgia.

¿Te consideras activista? Y me explico, para mí un activista, activa lo inactivo. ¿Lo eres?

Soy activista. Coordiné talleres literarios con mis alumnos, durante cuarenta años. Y coordiné no sólo círculos con los maestros, sino parte de la vida cultural de los maestros de Jalisco: iba por las escuelas buscando maestros con vocación literaria, y además de invitarlos a escribir, abríamos foros y concursos donde se promovieran, y lo más importante, publicaba sus primeras obras; cuenta de ello lo son las antologías: Así escriben los maestros de Jalisco (Amate, 2008), Encuento II (Amate, 2009), Reencuento (Amate, 2011), y Antología de Espiga de papel (Amate, 2012).

Fui activista con la revista Espiga de Papel, a cada revista se le daba tema y se proponía una forma para escribir, ya fuese poesía o narrativa: además de las formas tradicionales, se invitó a los escritores, y a quienes deseaban serlo, a probar con la mini y micro ficción, el cadáver exquisito, el caligrama, las recetas e instructivos. Fue una revista abierta, donde escribieron niños de 7 años, y también aquellos que ya rondaban los 80. Espiga de Papel fue una página en blanco, sobre todo, para aquellos que plasmaron por primera vez sus creaciones.

¿Cuáles son tus planes a corto y mediano plazo?

Quiero seguir publicando, colaborando, donde me lo soliciten. Cuando recibo una invitación me activo y me siento plena. Como proyectos personales, quiero hacer una recopilación de poemas que están disperso en diversas publicaciones; y otra más, de cuentos y relatos que no han sido publicados. Pero en especial, quiero volver a editar El tagüinchi, revista donde participé y de la cual se editaron 125 números. El tagüinchi fue una revista regional de mi pueblo, que hace honor a un insecto, un ser de luz. Eso quiero para mi vida, ser un tagüinchi, una bracita que nunca se apaga.

(André Michel).