José Moisés Aguayo Álvarez, el maestro escritor, el profesor poeta

 

Existencias: Ser docente y escritor, no es una combinación rara, pero sí inusual de vivirlo a la par. ¿Cómo se dio esa amalgama de vocaciones?

Moisés Aguayo: Desde niño soy afecto a la lectura. Me gustaba explorar acerca del conocimiento en general. Las enciclopedias eran muy atrayentes: daba lo mismo leer sobre el origen del universo, las estrellas y los planetas, que, sobre aves migratorias, dinosaurios, mitología o historia del arte; sin embargo, el mejor hallazgo fue la narrativa, especialmente el cuento. Leí a varios de los autores del llamado Boom latinoamericano y me volaron la cabeza.  Algunas novelas como Pedro Páramo, Cien años de soledad y La ciudad y los perros, a los doce años constituyeron un descubrimiento difícil de expresar, pues desafiaban mi imaginación, movían conceptos y nociones sobre el lenguaje y la belleza y me daban una sensación de disfrute que no se puede encontrar en otras actividades. En casa había una biblioteca muy modesta, pero ahí pude encontrar también el lado político y el humor en prácticamente toda la colección de Eduardo Del Río, “Rius”, que leían con avidez varios de mis hermanos (ocho, para ser preciso, yo soy el noveno). Por otro lado, siempre tuve mi credencial de la Biblioteca Pública que estaba a media cuadra de mi casa y ahí pedí libros casi por kilo y me quedé con uno que otro. En la secundaria, me inventé una manera de caricaturizar a las figuras de autoridad, haciendo cartones e historietas imitando el modo “Rius”, que circulaban en la escuela y tenían aceptación entre los compañeros, pero eventualmente me metieron en líos. Las cuatro asignaturas que me mandaron a extraordinario, se las debo al activismo prematuro. Alrededor de los trece años, experimenté serios problemas para conciliar el sueño y comencé intentando leer para dormir. En ese período descubrí el territorio del cuento, con Eraclio Zepeda, Edmundo Valades, Carlos Monsiváis, Julio Cortázar y a Borges. Luego de navegar entre sus cuentos, comencé a desbordarme un poco en escritura, siguiendo una especie de reflejo. Sin proponérmelo decididamente, mis noches de insomnio las pasaba llenando cuartillas. Por supuesto, los primeros textos eran de una inocencia técnica patente y a la fecha no conservo más que uno o dos retazos de cuadernos de aquel tiempo.

En la preparatoria, fui alumno de Fidencio Escamilla y de Raúl Ramírez; ambos, autores locales, cada cual con una perspectiva peculiar sobre la literatura. Ahí el descubrimiento fue que los escritores no son “estatuas de bronce”, sino individuos que deambulan con normalidad entre la sociedad, que llevan consigo su propio universo de historias y personajes, y que yo podía aspirar con toda legitimidad a escribir mis ocurrencias y a ser leído. En ese mismo periodo, fundé junto a mi gran amigo Claudio Rodríguez, una revista estudiantil que se llamó “Thinta y Pappel”. Era una especie de pasquín de copias fotostáticas engrapadas, con secciones informales, de humor y entretenimiento. Aunque no era propiamente un producto literario, cuando menos, era un intento editorial. En cuarto semestre, participé en el primer concurso de Fil Joven 1994 y obtuve el segundo lugar. La Universidad de Guadalajara publicó algo así como 250 ejemplares, nos premiaron en la FIL (Feria Internacional del Libro) y nos dieron un incentivo económico. Ahí se me ocurrió que escribir y publicar era una opción a mi alcance. Desde entonces no he dejado de hacerlo.

Existencias: ¿Cómo se fue dando esa evolución, del recién descubierto mundo de los libros, de sus autores, a ser uno de ellos?

Moisés Aguayo: A los 17 años me fui a estudiar en el internado de la Normal Rural de Atequiza, donde me forjé como maestro de primaria. Allí tuve un acercamiento a la política estudiantil y al activismo cultural; pero, ante todo, tuve acceso a la biblioteca escolar, que tenía muchos materiales de interés. En esa etapa descubrí el acervo de Giroux, Paulo Freire y Piaget, pero ensoñaba con la narrativa de Hesse, Pitol, Elizondo, Paz, Fuentes, Ibargüengoitia, Usigli, Efrén Hernández, Juan Marsé, entre otros. Poco a poco, mi producción se volvió más intimista, y aunque seguía latente la intención de publicar, me sentía inseguro porque no tenía idea de cómo encontraría el delta adecuado para llevar a los ojos del otro, las historias que comenzaba a proponer, ya como intentos de colecciones.

Durante mis primeros cinco años de servicio, laborando como maestro rural en la sierra occidental primero, luego en la región Altos, encontré el tiempo de soledad necesario para leer y escribir con mayor soltura. En esos años participé en los concursos magisteriales de pintura, narrativa y poesía, con la suerte de haber estado en varias finales estatales y haber ganado dos. En esos menesteres, me acogió el equipo del Colegiado de Cultura y Deporte, encabezado por el Profesor Martin de la Torre y la maestra Justina Santana. Por ahí de 2005, me invitaron a asistir a un taller de narrativa y poesía, en sesiones sabatinas, con Patricia Medina. Ese taller tenía verificativo en las instalaciones de la sección 16 del SNTE y ahí encontré las claves técnicas que estaba buscando, la crítica formal y los referentes acerca del mundo editorial, que andaba buscando. Patricia Medina me extendió su mano sabia y me incluyó primero en el colectivo de cuento Verbo cirio VI, compilación de nuevos narradores (Literalia, 2006); y luego, al concluir un periodo de sesiones, con una colección de unos 20 cuentos ya “tallereados”, me propuso directamente, publicar mi primer libro: Sólo para locos (Literalia, 2007). De forma paralela a la producción de este libro, estaba realizando mi trabajo de maestría, y leyendo bastantes materiales de corte académico, teoría del método, epistemología y algunos materiales disciplinares: me interesé por la psicología social y la teoría pedagógica.

A la sazón, me adentré en la corrección de estilo, hice un diplomado, aprendí mucho de sintaxis, redacción y ortotipografía. Comencé a colaborar en Literalia, corrigiendo, e incursioné en algunas publicaciones fungiendo ese rol. En relativamente poco tiempo, me involucré en los procesos formativos y le dediqué cuatro años al doctorado en educación, donde descubrí la teoría de la acción social, teoría crítica y me enrolé en los estudios culturales, identidades y sociología del conocimiento, asuntos que aún me apasionan y en los que sigo produciendo textos. Me inicié profesionalmente en la formación de investigadores, pero siempre seguí nutriendo mi lado literario, en donde he corrido con la suerte de ser invitado a participar en distintos colectivos de narrativa y de poesía, en 2010 participé en el Programa de estímulos a la creación y el desarrollo artístico (PECDA), del FONCA/CONACULTA y recibí el apoyo durante el año de la beca. En este tiempo produje una colección de textos que diez años después publiqué en el libro Utilísimo manual del mentiroso (Literalia, 2021), luego de un retorno al taller de Patricia Medina.

Existencias: ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿De qué te vales para provocar, proveer de historias sobre qué escribir? ¿Tu material son experiencias propias o también te vales de la ficción u observación de otros?

Moisés Aguayo: Lo que más disfruto es precisamente el proceso de creación; más que la edición de las obras y más que las presentaciones en público, que me generan algo de ansiedad. Si pudiera caracterizar, a grandes rasgos cómo es que lo vivo, diré que he descubierto que, tanto para la generación de algún artículo de opinión o de un trabajo de investigación (en lo académico), el proceso se macera lento, y ahí interviene mucho el diálogo con otros, o la lectura de materiales con algunos hallazgos, propuestas o tipología de acercamientos a distintos fenómenos políticos, educativos o sociales; no obstante, cuando lo que intuyo venir, es una idea para un cuento, generalmente, el insight aparece de golpe, a cualquier hora, incluso mientras duermo. En el cuento la idea viene generalmente redonda, en su “esfericidad” como dice Cortázar. Digamos, se me presenta de forma abstracta un enunciado o una imagen, y, aunque no se exactamente cómo quedará escrito ni qué rol o tónica tendrá cada personaje o atmósfera, me queda claro que eso ocurrirá sobre la marcha de plasmar la idea, no me preocupa tanto porque allí he aprendido a no tener prisa. Con el tiempo he concluido que más que producir y publicar, lo que me apremia es escribir y pulir, sintetizar y explorar las posibilidades del lenguaje: me gusta jugar con las palabras. También he aprendido (y eso creo que proviene del acercamiento al texto científico) a no querer decirlo todo de golpe; un cuento puede explorar un recurso, para otro recurso ya llegará el cuento preciso.

Asunto aparte es la poesía, en ella, la sensación es más parecida a la intuición musical, como si sintiera el susurro de una tonada, con la particularidad que esa tonada se conforma con palabras. El poema lo proceso de un modo muy especial, para mí el poema es como un venero que nace y fluye. Ahí el proceso consiste en dejar fluir la tinta (el poema siempre lo registro primero a tinta, sobre un papel) con independencia de considerar el tema o el tono, simplemente dejar fluir. Un poema debe tener la fuerza del mensaje en una piedra e irrumpir por los cristales de la conciencia del que lee, y al mismo tiempo, tener el garbo para ingresar ondulando como una mariposa. Por supuesto, la primera conciencia a la que debe sorprender es a la mía.

Existencias: Gusto de hacer esta pregunta, porque obviamente, cada respuesta de cada invitado, es y debe ser diferente. Jugando un poco, mucho, con las palabras, sin ser una definición de diccionario, para mí ser “activista es aquel que activa lo inactivo». En ese sentido, ¿te consideras “activista”?

Moisés Aguayo: Sí, pero uno muy amateur: aunque no me dedico como quisiera a la literatura, principalmente por cuestiones de tiempo, ya que mi labor profesional está en las escuelas de educación básica, en donde trabajo como supervisor; no obstante, he procurado esporádicamente mantenerme al tanto de lo que acontece en la nutrida comunidad literaria local. Me agradan muchas de las actividades que se promueven en la escena independiente y muy de cuando en cuando me aparezco en los eventos.

En 2021 me inicié como coordinador de un taller de narrativa breve al que denominé “Letrámbulo“, con miras a fundar una suerte de red de colaboración y acercamiento entre aquellos que escriben y desean publicar, y la comunidad de escritores y editores, más que formar propiamente en la técnica literaria. Fue un intento exitoso que se cristalizó en el libro Letrambulantes, polifonía de narrativa breve (El viaje, 2021), del que fui coordinador y cuidé la edición en conjunto con Marco Antonio Gabriel.

Existencias: ¿Qué planes hay en la inmediatez, a mediano, largo plazo?

Moisés Aguayo: Aunque no estoy escribiendo tanta literatura como quisiera, sí estoy coleccionando una buena lista de notas de lectura, reflexiones y epifanías. De pronto tomo la colección más reciente de notas, me decido por darle curso a alguna de ellas y eventualmente se traduce en un poema, un cuento breve o una viñeta. Por estos días estoy concluyendo una colección de poesía que provisionalmente lleva el nombre de “Erógenos de salva”, que quisiera publicar antes de que concluya 2022, aunque no sé bien si lo que quedará sea un libro híbrido con narrativa, ensayo y poesía, para meterlo a concurso a ver qué sale.  Estoy en proceso de consolidación de una colección de cuentos que provisionalmente lleva el nombre de “Equivocabulario”, que me emociona mucho, pero que marcha lento, porque pretendo madurar mejor el proceso, cuidar mejor la calidad de la propuesta y sentirlo como un reflejo más próximo a mis preocupaciones estéticas y filosóficas. En lo académico sigo bregando en algunos temas, asesoro en lo posible a investigadores en formación y soy editorialista de la Revista Educarnos, que dirige Jaime Navarro Saras.

A mediano plazo, deseo retomar el taller, hacer una segunda vuelta en la modalidad a distancia y otra presencial.

A largo plazo, me gustaría fundar un sello editorial para el que ya tengo una idea del nombre, el logo, el tipo de producciones y cuando menos tres colecciones que me gustaría impulsar, pero aún le falta al destino, a la salud y a la fuerza, dictar si estaré en condiciones para que se cristalice Ediciones Antípodas, por lo pronto es algo así como un sueño guajiro.

 

(André Michel)