Gabriel, Marco Antonio (2012). En el corazón tengo un revólver. Guadalajara: Ediciones el viaje.

“Una tristeza infinita me recorre la espina dorsal” y no solo duele, también es monstruosa, lo dice En el corazón tengo un revólver de Marco Antonio Gabriel a través de imágenes como las de un escorpión que llora, discursos convertidos en serpientes, un toro cíclope o una boca sellada de cicatrices.

A lo largo del libro, el instrumento del título aparece amenazante en diferentes posiciones, hasta llegar al punto de ser el corazón mismo. Esta violencia se manifiesta también en cuchillos, tijeras, navajas y hasta en una hoja que se vuelve arma blanca para salir con ella a la calle. No hay tregua. Tener pesadillas y despertar no son tan diferentes cuando el estado de conciencia revela la pérdida, la ausencia y ese sabor acre de lo que “debimos, no sé” y la tortura que implica recordar el pasado minuciosamente, “yo lo intenté/ y ahora, no puedo dejarlo”. 

En su obra, publicada en 2012 por Ediciones el viaje en la Colección caníbal, el autor entrega una elegía, pero también una colección de juegos sonoros, desde el epígrafe que tararea una canción de Los prisioneros hasta la anáfora y la aliteración: “mis brazos han perdido sus huesos húmeros”. En sus treinta y seis poemas hay un trabajo cuidadoso con el ritmo, los efectos sonoros de las palabras y su disposición: 

Alicia dispara

y cuelga sus alas

y dispara

y cuelga sus alas

a toda velocidad

y no le da el fuego

a toda velocidad dispara

en una carretera del medio día.

El libro se organiza en dos secciones, la del escorpión y la del camaleón. Ambas comienzan con una pesadilla protagonizada por uno de estos animales. La primera parte presenta los poemas de mayor extensión. En la segunda, abundan los textos breves bajo el subtítulo de Tragar camaleones. Esta última ofrece una serie de instrucciones para llevar a cabo dicha acción, entre estas, una que al callar expresa más que si la describiera “espeluznantemente bella y ofensiva”. Desde luego que en el ámbito poético esta actividad adquiere dimensiones simbólicas, los camaleones son metáforas del deseo, la luz y la esperanza que han sido anulados. 

En este libro la animación es una constante en la cual, la muerte puede mecerse en los brazos, los trenes eléctricos sonríen y el mar tiene “el rostro descompuesto”. El empleo de este recurso literario es otra de las manifestaciones de la pérdida que no solo le ocurre al yo poético, sino que alcanza también la naturaleza y hasta la dignidad humana: “La factoría vale algunos miles de billetes/ o unos pocos hombres. / Cualquier oferta es válida.” La fragilidad se representa desde lo colectivo hasta lo individual. Así, el poeta se pregunta cómo puede seguir “con las banderas en llamas” y al contemplar las torres que han caído reflexiona     en la muerte como destino general: 

hubo un tiempo

en que creímos en las alturas como una prueba 

de nuestra hondura

Ahora, 

el sol ancla en nuestro puerto

y todas las verdades

son un nudo que consume nuestras gargantas.

No obstante, ante la “maldita sombra que desgarra” aparece su contraparte como belleza: “y jamás /me había enamorado/tan mortalmente de la luz.” Pero es precisamente esa luminosidad la que ha quedado fuera del alcance del yo poético, por cuya pérdida se lamenta y de donde emerge este libro que duele. 

Además del epígrafe lúdico de la banda chilena Los prisioneros, también emplea versos de Arturo Accio y de Alda Merini como punto de partida para un par de poemas. No es fortuita la aparición de una salamandra en medio del ritmo salmódico como referencias a Octavio Paz, uno de los escritores predilectos del autor. De forma paratextual, hace guiños a la poesía de Miguel Reinoso, a la película El club de la pelea y a la comercialización del arte. Gabriel juega con epígrafes que pierden su solemnidad: “A Fanny/por decirme que no era filosofía/era úlcera” o “Juan es Juan/Alita sin alas”. Hay poemas con lenguaje coloquial y en tono conversacional, como si el lector estuviera invitado a una reunión en la que se charla y se bebe: “Tenemos años viniendo a la misma mesa/compartiendo el alcohol de Apollinaire”.  

La portada presenta la pintura Una nota del periódico de Salvador Rodríguez Vázquez, en la que, como en el libro contrastan luz y oscuridad; palabra y acción; hombre y mujer y, por supuesto, manifiesta la violencia a la que se alude también en el nombre de la colección a la que pertenece la obra.  

Transitar por los poemas de En el corazón tengo un revólver implica dejarse conmover ante experiencias tan humanas como la pérdida, padecer con la voz poética el dolor en diversas formas, entregarse a la musicalidad de las palabras y enfrentarse al propio bestiario que todos llevamos dentro. Es un libro del que no se puede salir ileso.

 

(Ruth Escamilla Monroy)