Lumbreras, Ernesto (2016). Donde calla el Sol. México: Mano Santa Editores.

Ernesto Lumbreras, en una prosa poética que se lee tan agradable como cuento de cuna, transmite en Donde calla el Sol, 13 poemas, 13 recuerdos de su juventud en una comunidad abrazada por las obsidianas del volcán de Tequila y las aguas vivas de la presa de la Vega: Ahualulco de Mercado. Son voces limpias y tartamudas de una campana que pueden retornar a la infancia, al tiempo del no-tiempo, cuando el sol era quien decretaba los momentos de jugar –aquí se corretea del alba al ocaso–.

Lumbreras, de larga y galardonada trayectoria literaria como poeta, crítico y editor, es un ahualulcense pródigo y orgulloso de su tierra, honrada con creces en este libro. En él, remonta personas, lugares y paisajes evocados en los años sesenta o setenta. Acompañado de armoniosas ilustraciones y acuarelas de Rosario Lucas y Miguel Contreras, Donde calla el Sol, es una obra para disfrutarse e irse ligero de viaje a la campiña jalisciense de la Región Valles. He aquí mi valle, nada metafísico, ni celestialmente pagano. Con caseríos sembrados al vuelo y rodeado de cerros casi siempre azules…

Al trote de sus páginas, retomamos su memoria en aquel fluido Arroyo del Cocolisco, cómplice fundacional de esta ciudad, donde zozobrantes barcos de papel navegaban y se congregaban las viperinas charlas veraniegas de las lavanderas, portadoras de pendulares pechos que el insomnio multiplica; olores a cuero, clavos y caucho de llanta de huaracherías ausentes; sus primeros amores platónicos encarnados en un trío de hermanas pelirrojas con ojos de arrayanes verdes, que despachaban sistemáticamente una tlapalería familiar.

De entre sus letras, emerge el bienaventurado cine Lux, ostentoso promotor neón de la añorada permanencia voluntaria, obscura eternidad temporal donde las parejas encendidas hallaban en ese lapso todo a favor para encontrarse en todas las versiones del beso; fotógrafos alquimistas del bromuro de plata, pero renegados a capturar la victoriana usanza de las instantáneas post mortem; cárceles palaciegas resguardadas por guardias con barrigas de Buda, alojan relatos de trasnochados enamorados, borrachales pedigüeños que al final, con un boquete permisivo escrito en la pared, salen todos los guardados para llorar libertad, uno que otro fugitivo llega a una peluquería a darse una manita de gato mientras lee alguna revista como Balón o Deporte Verdad.

En sus últimas hojas: Época y mítica de una fundación, el autor nos abre la puerta al zaguán histórico de su tierra, desmenuzando desde los tiempos de Nuño de Guzmán hasta el cercano quincuagésimo aniversario de su constitución, cuenta de los andares que esta población bregó por siglos, forjando su cielo por la unísona torre de San Francisco de Asís, cimentada sobre dragones tricéfalos, rodeada de cerros de obsidiana, campos de maíz y cañaverales. Ocurre todo compactado en un sabroso libro de prosa, que se antoja relato histórico, sin ofender al primer género.

Ernesto nos deja claro el legado atemporal de una comunidad renacida del fuego tarasco, el cual hoy día, ostenta un doble título de ciudad, acompañado de nobles parotas, araucarias y fresnos, significada desde el inicio de sus tiempos como: lugar coronado de agua.

 

(Roberto Villalobos)