Ángeles, Guadalupe (2000). Devastación. Guadalajara: Consejo Estatal para la Cultura y las Artes Chiapas/Secretaría de Cultura Jalisco.

Devastación es una novela donde reina la poesía, el romanticismo de las emociones lúgubres del alma cuando pierde el afecto y se hunde en el aislamiento de la tristeza, donde pasan los días indiferentes y el espiral puede caer a lo más oscuro de nuestro ser. Se muestra en un dialogo auto reflexivo con todos los sentimientos que pueden aparecer en esta circunstancia, los recuerdos y las perspectivas indómitas del corazón.

La voz de la protagonista que va trazando un discurso dentro de sí misma, nos narra en un juego de los espacios internos y externos, su proceso de ruptura; el duelo, el llanto y la rabia que conlleva el olvido se impregnan en el lector. Es difícil ser insensible ante esta obra, pues transmite desde la primera persona la soledad y el sinsentido de la vida que pueden agobiar a cualquiera después de la destrucción de su realidad.

Es la travesía in crescendo desde los abismos de la amargura y la desolación hasta el redescubrimiento del placer existencial. Una epopeya interior donde uno debe aferrarse con toda la pasión y la esperanza posible para no perderse entre los delirios de la tristeza. Se debe morir y experimentar dicha muerte como el último derecho humano, experimentarla en toda su amplitud, para volver a renacer.

El olvido y la soledad son puntos clave para comprender el texto. Los fantasmas que no viven más que en la memoria, que construyen del silencio una catedral, la estatua de sal que siempre nos habita, lo que nos arranca de toda dicha y nos hace buscar un resquicio del añorado cariño lejos de los males, aquel al que también tememos. Cuando nuestra devastación tuerce los músculos nos deslizamos por la pendiente irracional del miedo, el frío viento estremece y reconfigura el mundo.

Matamos lo que amamos porque lo demás nunca ha estado vivo, y de esta herida que se porta como joya, parte la oscilación entre la vida y muerte del alma. La invisibilidad en donde se redescubre a sí mismo, donde se es dueño de su cuerpo, el lugar donde nos damos cuenta de la fugacidad del querer, de las sombras que añoramos y no volverán nunca, de palabras enterradas en mil altares. Se rompen los lazos con el ayer y poco a poco se encuentra la paz después del hastío, la sorpresa de seguir con vida.

El verdadero motivo no es exponer de manera llana la devastación, sino desvelar lo que hay después de su consumación. Entender que el cíclo de entusiasmo es parte de la impermanencia y que puede volver a aparecer en nuestra historia a pesar de cualquier encuentro con la muerte, con las tragedias dolorosas y con el descaramiento más cruel que es la pérdida del amor. Al final pervive la belleza de la vida, se extienden ante nosotros nuevas carreteras arboladas y mares tan profundos como el pasado sufrimiento, un cálido hogar diferente al que nos llena de ensombrecimiento, donde la soledad abre paso a la luz.

 

(Emiliano López)