López Corcuera, Lucía (2018). Cuando vuelvan las palomas. Estado de México: Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. 

Las novelas son historias ficticias que nos parecen reales cuando estamos leyéndolas. Nos presentan a un personaje que no teníamos el gusto de conocer, pero que, en pocas horas, se integra a nuestra vida de algún modo; si nos es entrañable, se convierte en una preocupación, deseamos saber cómo le irá ante las adversidades y de qué manera asumirá las alegrías, si es que estas se presentan. Si el personaje en cuestión no logra nuestra simpatía, lo abandonamos entre sus propias páginas.

En Cuando vuelvan las palomas, novela de Lucía López Corcuera, hay un personaje central: Oriana Segura, una mujer de treinta y cinco años que trata de despojarse de las imposiciones a las que se ve sujeta como mujer mexicana de finales del siglo XX. La tradición familiar le exige una boda cuanto antes, el seguimiento del papel de ama de casa y un rol de madre a la brevedad. La herencia cultural de Oriana Segura habrá de cuestionarse de forma definitiva, cuando ella decide alejarse de su prometido y debate a fondo su vida personal.

Cuando vuelvan las palomas es un mapa. Quien decida seguirlo observará de cerca los modos de obrar de una mujer ansiosa de liberarse de la imposición de su tiempo. Su historia individual habrá de llevarla a situaciones extremas, de soledad y autoconocimiento. La herramienta más útil que tiene Oriana es la solvencia (La independencia de la mujer comienza con el monedero, afirmó Simone de Beauvoir) así como su esmerada educación.

Las mujeres de Cuando vuelvan las palomas juegan papeles femeninos distintos y por ende, nos permiten establecer contrastes. Si bien Oriana ha sido educada por monjas, a sus treinta y cinco ha disfrutado de su sexualidad. Oriana tiene una madre producto de su tiempo, una nana afectiva y una hermana huidiza. Todas ellas están sujetas a un cuerpo que las contiene, el cual, ante una fisura emocional, se fragmenta. Observemos un ejemplo: El prometido de Oriana descubre que no es el hombre indicado cuando prueba las lágrimas de ella al fundirse ambos en el sexo: “Mi cuerpo me acaba de delatar rompiendo en mil pedazos todas las estructuras que había formado a lo largo de mi vida. Estructuras que me daban estabilidad, control, paz, pertenencia”. (p.14) 

Oriana Segura no guarda temor para mostrarse tal cual es, sin maquillaje. Lo hace en primera persona, de forma cautelosa. Su tono confesional logra que vayamos descubriendo una voz auténtica, como la que sentimos al leer el diario de otra persona (con o sin su consentimiento). La voz narrativa cuenta y calla, y los silencios surgen, como decía Virginia Woolf por miedo a develarnos por completo: “No puedo seguir pensando en la cara de Jaime cuando hacíamos el amor mientras hago lo mismo con Roberto, qué manía la mía de comparar”. (pp.9-10) expresa. Y el lector atestigua una escena de cama imperfecta, en la que la mujer decide abandonar la escena, porque pareciera que esta se repetirá una y otra vez, como en el teatro. El terror la agobia y sale corriendo de la habitación.

Cuando vuelvan las palomas es una novela intensa. En sus capítulos breves el lector se mete a la maleta de Oriana rumbo a Italia, el lugar elegido por el personaje principal para respirar y sobrevivir, para encontrarse a sí misma. En Florencia busca resolverse llevando consigo todos los fantasmas, no solo de su padre y su hermana muertos, sino del hombre que casi fue su marido, de una madre que la apoya en la distancia, de una nana que conoce casi todos sus secretos. 

Decía José Vasconcelos que hay dos tipos de libros: los que se leen sentados, y los que se leen de pie. Los primeros son libros comunes, bien escritos, con los que uno conversa en silencio, mientras se bebe una taza de café o una copa de vino; los segundos, los que se leen de pie, son aquellos que nos provocan una reacción intensa, tras la cual necesitamos detener la lectura para pensar, para reflexionar sobre lo que estamos recibiendo, para completar lo escrito, y nos ponemos de pie, para caminar, para analizar, para digerir lo leído en las páginas ajenas.

Acompañar a Oriana a Florencia es desesperarse, ponerse de pie, caminar, ver paisajes insólitos, acompañarla en noches de desvelo. En una palabra, sufrir con ella la melancolía y el auto destierro. Cuando llegamos al capítulo XII ya somos cómplices de Oriana. Conocemos a sus amigos ocasionales y aceptamos a su familia dispersa. Casi podemos adivinar el final de la historia que se nos cuenta, la que por cierto no se habrá de develarse aquí.

La estrategia narrativa de Lucía López Corcuera es romper con el código lineal de la historia que se cuenta, por ello recurre a la irrupción de un personaje incidental en la trama que dibuja, como se procede en el teatro. Cuando un personaje entra al escenario de la novela, se desencadena un recuerdo. A veces es una pareja que cena para dirigirse a la revisión de los padres, o el accionar de un felino, el gato doméstico, para referirse a las acciones del ex.

Cuando hay un suicidio, la muerte ya no es tan natural como el nacimiento. Si Carlos Fuentes expresa su sentimiento ante la ausencia física diciendo: “Qué injusta, ¿qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos? Nos preguntamos ¿que diría después de confrontarse con el hecho del suicida? Oriana huye de toda filosofía para mostrarse molesta con Laura, su hermana muerta, quien no puede con la existencia y decidirse fugarse a un espacio menos opresor.

Y es que, ¿Cómo puede lograr una mujer romper con los convencionalismos de su tiempo? Oriana decide moverse del paralelo de su tiempo y de su destino y se marcha a Florencia. La belleza italiana habrá de procurarle paz y serenidad. El lector está fascinado con el viaje, porque va mirando con ojos ávidos todos los paisajes que la narradora muestra, sin prisas ni falsos adornos, allí está la callejuela estrecha, el puente memorioso, la ventana medieval. Hasta el humor que se hace presente de manera juguetona, como cuando describe el inmueble en el cual rentará un piso: “Es un edificio antiguo, frente a una iglesia a la que no asiste ni Dios”. (p.55)

Como lectores, seguimos las peripecias del mexicano que extraña la comida cuando se encuentra en Europa, y entiende de pronto al conjunto de productos que saben a familia:

Pan Tía Rosa, Chocolate Abuelita, Salsa Tío Juan… Caminamos junto a Oriana en Florencia y en Verona, la ciudad de Romeo y Julieta: “Caminé por varias horas, conocí la famosa Arena, el teatro Romano, la Puerta de los Leones, el Arco de Gavi, museos, casas, palacios de la familia Scala y llegué aun pequeño mercado artesanal”. (p.136) 

Verona es el parteaguas de la novela. Entendemos la educación sentimental que Oriana ha recibido cuando ante un saludo masculino, ella es capaz de levantar toda una película de posibilidades futuras con un hombre del que no conoce siquiera el nombre. Se develan a partir de ese encuentro las filigranas del alma de la mujer de papel, figura soñada por la autora según cuenta en una entrevista realizada para un periódico de Guadalajara.

¿Por qué leemos novelas? Fue la primera pregunta que me asaltó cuando recibí de manos de Lucía López Corcuera Cuando vuelvan las palomas. El título del libro me hizo una promesa: supe que una multitud de pájaros atravesaría en cualquier momento las páginas, y que el arrullo, o el zureo, ese sonido particular que emiten las palomas, me iba a regalar de una página a otra, una sorpresa. Es natural que todas esas vocales abiertas del título (obsérvese cuantas “aes” contiene) me lanzaran una invitación, así que tan pronto llegué a casa, busqué mi espacio y comencé a leer. Cuando estoy frente a una novela no solo me distraigo, sino que convivo con alguien que me parece tan real, que me hace sentir viva. Gracias Lucía por hacerme creer por un momento, que Oriana existe, y podría estar sentada en este mismo espacio, oyéndose nombrar.

 

(Silvia Quezada)